Tercero de la compilación "Cancionero de los dolores nómadas", protagonizado por Labarbu, el Dios Celoso. Esta canción en particular no tiene un ritmo en especial, aunque fue escrita con melodía átona.
¡Arden las llamas en este condenado lugar!
Le miro y le miro,
mío se dice,
mi sangre, mi orma
y yo así lo quise.
Pero, ¡maldito! ¡Maldito idiota de agua!
En las llamas de mi volcán
no hay lugar para vos,
ni para tu ego,
ni para tus palabras,
ni para tu engañosa tristeza.
¡Muerte al traidor que mi candor se roba!
Y el volcán estalla
con brutal fuerza.
Y la gente muere,
y la paz acalla.
¡Muerte a su estirpe mundana!
Alzo mi brazo
con el calor que me aclama,
sube el magma
y en tu rostro se derrama.
Sin protección ni escudo
te hallas, canalla.
Vuelve la vista
y regresa mi flama,
porque quien con fuego juega,
quemado anda.
¡Estalla el coloso antes de la gran traición!
¡Queme a los vivos, y dadle al resto la oz!
Dentro de su volcán ya grita
el herido Labarbu, luego de
muchas, muchas.
¡Arden con furia los bosques cercanos! ¡Gritan en vida los idiotas aldeanos!
¡Muerte, vida, arde!
Mírame las manos,
son manos de llagas,
de callos muy gruesos,
de piel engrosada.
Lárgate, estirpe, que de ti pende nada.
El volcán se agita,
el volcán se calma.
El dios se revuelve,
el dios, en agua, se baña.
Nota del autor: El trabajo no es es un soneto metricamente adecuado. El uso de la palabra "soneto" en el nombre es de origen simbólico.