Mi voz ya no suena. Estoy rota… vieja…
Pero yo aún te amo.
¿Recuerdas ese enero gélido en el cual, juntos, estancados en la vereda, serenamos la luna hasta que su mismo sollozo danzó entre nuestros clamores?
¿O ese marzo bizantino en el que, juntos, franqueamos mil fronteras a la zaga de ese bus, persiguiendo dichas ausentes?
¿Tal vez ese agosto angustioso a lo largo del cual, juntos, nos abrigamos mutuamente de la bruma siberiana que tan desapaciblemente nos azotaba?
Mas cuando diciembre llegó a su funesto atardecer,… ya, juntos,… no estábamos.
Aun así… seré tuya… siempre. Tu guitarra vieja.